domingo, 9 de septiembre de 2007

OPINIÓN: EL ARTE Y EL ESTADO

EL ARTE Y EL ESTADO



Por FERNANDO UREÑA RIB





¿Debería el Estado dominicano impulsar el arte mediante programas de apoyo económico y de desarrollo de mercado? Esa propuesta, franca y valerosa, la vertió frente al mismísimo Jefe del Estado, Dr. Leonel Fernández, nada más y nada menos que Juan Mayí, el meritorio y flamante ganador del gran premio de la última bienal de artes visuales.

Por supuesto, no todo el mundo estaría de acuerdo en que se adoptara la propuesta de Mayí y en que el Estado dominicano empiece a invertir fondos de los contribuyentes para adquirir obras de arte y mantenerlas en exhibición en sus Secretarías de Estado, en sus Embajadas, para deleite de los visitantes e incumbentes en sus múltiples dependencias. Algunos piensan que el arte es una profesión como otra cualquiera y que si se utilizan fondos estatales para su desarrollo, también se justificaría una acción similar para los zapateros, choferes, plomeros, electricistas etc., quienes (cada cual a su modo) también laboran por la patria.

En Estados Unidos la ayuda estatal de este renglón se concentra en el controvertido Fondo Nacional para las Artes (NEA, según sus siglas en inglés). Pero en nuestros países latinoamericanos la acción pública depende mucho del interés de tal o cual director general, superintendente o secretario de Estado. En Ecuador y en Colombia las mejores colecciones de arte están en posesión del Banco Central, mientras que en El Salvador, instituciones como el Banco Agrícola tienen formidables programas de apoyo para las artes y publican con frecuencia libros hermosamente ilustrados por los fotógrafos nacionales. En México, el Departamento de Hacienda posee un museo con una de las más completas colecciones de arte de ese país.

La propuesta de Juan Mayí y otra que circuló en la red por nuestra gran Ada Balcácer, implican la instauración de una política cultural del Estado, con presupuestos específicos para la adquisición de obras de arte y la publicación regular de libros sobre los grandes maestros del arte dominicano. Es verdad. Se necesitan libros que documenten la obra de Domingo Liz, de Ada Balcácer, de Gilberto Hernández Ortega, de Manolo Pascual, de Gaspar Mario Cruz y de tantos otros consagrados. Pero en República Dominicana hay también un arte nuevo y palpitante que debe ser documentado.

El problema consiste en que ya existen leyes de apoyo al arte desde los tiempos de Trujillo. Según esa ley, cada obra (pública o privada) de cierta envergadura debería tener asignado un presupuesto porcentual para la adquisición de obras de arte. El senador Euclides Sánchez revivió ese proyecto cuando era diputado, pero lo que hace falta es la aplicación de esa legislación.

Mientras, ahora mismo, el Estado dominicano, a través de muchas de sus instituciones está invirtiendo en la adquisición y conservación de nuestros bienes culturales. El ejemplo más diáfano es el de la hermosa colección de arte que ha forjado la Dirección Nacional de Aduanas bajo la guía del benemérito Miguel Cocco. El Banco de Reservas y el Banco Central también mantienen políticas similares.

Pero la pregunta es si se debe concentrar toda la acción de adquisición de obras de arte en un solo organismo, llámese Secretaría de Cultura, Museo de Arte Moderno o Dirección General de Bellas Artes. O si se debe crear una institución nueva que se ocupe de esos menesteres y de la debida catalogación y conservación de nuestro legado artístico.

Pienso que cuando surgen esas instituciones únicas, los que la manejan se llegan a creer todopoderosos y el arte es dirigido a las tendencias favoritas de unos cuantos "expertos" y "comisionados" que terminan por imponer al artista sus criterios. Así el arte sufre. Yo creo en la pluralidad. El arte es el fruto de una experiencia humana sumamente variada y la idea de que marchamos en una dirección vanguardista, hacia "adelante" es sumamente torpe y anticuada. Y sobre todo no responde a las realidades de nuestros pueblos. El arte no va al unísono, no es un ejército guiado por un solo hombre; está hecho por seres humanos diversos, creativos e inconformes, que se niegan a seguir las reglas y directrices otras que no sean las de su propia consciencia creativa. Paradojas del destino, ahora "las vanguardias" de antaño son las tendencias oficiales en los museos y las galerías estatales de todo el mundo.

Por eso creo que todos los organismos del Estado, incluyendo los ayuntamientos y las gobernaciones, deben tener sus propias políticas culturales y sus programas de adquisición de obras patrimoniales. Y que no se dirija a los artistas, que se les deje crear en el medio y en el estilo que más les acomode.

Ah, y con respecto a la diferencia entre las obras que dignamente producen los plomeros, choferes, electricistas etc., y la de los artistas sólo queda decir que ellos producen y reparan bienes de consumo, mientras que el arte es un bien cultural y es por eso que decimos que todos los organismos estatales deben crear sus propios mecanismos para adquirir y coleccionar arte.



FERNANDO UREÑA RIB

WWW.LATINARTMUSEUM.COM

martes, 13 de marzo de 2007

EL ARTE DE LOS MUERTOS

EL ARTE DE LOS MUERTOS



Por Fernando Ureña Rib



Anualmente el país invierte importantes sumas de dinero en promover sus artistas fallecidos. Exposiciones pictóricas colectivas, internacionales e itinerantes de nuestros maestros muertos se presentan en las grandes capitales del mundo. Se piensa que de esta manera se honraría su memoria y se abriría campo al arte dominicano actual y a las generaciones emergentes.

Se incurre en esa acción porque reconocen que el arte dominicano tiene escasa significación y cotización en los mercados internacionales del arte. Cotización que corre muy por debajo de las que alcanzan los maestros del arte cubano, el puertorriqueño y haitiano cuyas obras se mueven entre cifras astronómicas.

Parece que se cumple con el deseo que nuestros maestros abrigaron en vida, quienes abogaron porque se le prestara atención a su trabajo y se invirtiera en establecerles internacionalmente. Y sin embargo, la gran mayoría de esos pintores nacionales vivieron y murieron en la indigencia. Esto hace que la presencia del arte dominicano en los museos internacionales sea tan exigua, y cuando se habla de arte latinoamericano apenas se nos mencione.

El problema fundamental de esa tarea es que los artistas fallecidos no pueden defender su obra. Otros tienen que hacerlo. Y eso carece de la misma credibilidad, repercusión y arrastre. Es triste decir que el arte de los fallecidos llegó a donde pudo haber llegado, cerró su ciclo vital. Porque el ágil mundo del arte se mueve y se promueve a través de los medios de comunicación. Y esta es una realidad contra la cual no podríamos hacer nada, sin importar lo enjundioso que fuese el capital invertido.

Los artistas vivos sí pueden y deben defender su obra. Asisten a entrevistas, visitan otras exposiciones, conversan en directo con curadores, galeristas y personas claves de la sociedad en que se presentan y allí refuerzan alianzas con los círculos económicos y de poder.

Tenemos maestros vivientes y sumamente capaces de servir como portavoces de nuestros valores culturales. Estos deberían ser la punta de lanza que abra camino en el mercado internacional. Bastaría mencionar nombres como los de Ada Balcácer, Domingo Liz, Fernando Peña Defilló, José Rincón Mora, Ramón Oviedo y otros entre los cuales se me incluye. Maestros como Guillo Pérez y Cándido Bidó han promovido su obra con recursos propios y sin ayuda oficial alguna. En tanto, los gobiernos miran estos esfuerzos como un negocio personal. El error consiste en que la obra de arte no es simplemente un bien de consumo, es un bien cultural. Hasta que no adquiramos consciencia de ese hecho trataremos el arte como un producto que nada tiene que ver con nuestra identidad esencial, con lo que somos como pueblo.

Cada año, la República Dominicana debería invertir en promover internacionalmente uno de sus valores nacionales. Lanzar un icono. Deberían realizarse exposiciones individuales o retrospectivas bien curadas. Las exposiciones colectivas, lamentablemente, no funcionan en la memoria colectiva. La diversidad visual confunde y hace que se pierda el impacto. Si no se pueden poner a sonar simultáneamente y en la misma sala de conciertos a Mozart, Bethoven y a Gluck, así no se deberían hacer esas exposiciones colectivas que son un muestrario flojo, una especie de arroz con mango.


Se debe elegir un tipo de imagen, un carácter, una personalidad e insistir en esa durante todo un año en las capitales claves del mundo. Al año siguiente el maestro sería otro. Estas exposiciones pueden ser auspiciadas de manera conjunta por instituciones como la Secretaría de Estado de Cultura, la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, las cámaras dominicanas de comercio y sus contrapartes en el exterior. Como es preciso que participen las instituciones dominicanas en el exterior, se deben incluir las asociaciones dominicanas de comerciantes y de profesionales de los países huéspedes. Ellos formarían la base de esta acción internacional.

En ese orden, el gobierno debería publicar anualmente un libro consistente y pleno de imágenes de uno de sus artistas principales. ¿Cómo se explica que nuestra bibliografía pictórica sea tan escasa? ¿Cómo se justifica que el Estado haya invertido tan poco en la publicación de libros de arte? ¿Qué invierte el Estado dominicano en la compra de valores reales como son las obras de arte? Si se compara este renglón con lo que el Estado gasta en cortinas y decoración nos damos cuenta de que estamos muy lejos del corte.

Debemos reconocer que el nuestro es un caso muy distinto al de los países que ya desde hace siglos coleccionan las obras de sus maestros. En esos lugares ellos tienen una plaza asegurada en el mercado internacional del arte y sus museos proclaman la herencia cultural legada por sus pintores fallecidos.

El punto final es que no debemos esperar a que nuestros pintores y maestros se mueran para empezar a promoverlos en el exterior. Eso es una estupidez, es inútil y no funciona. Que el estado y las instituciones culturales nacionales no pierdan un minuto más. Que se ocupen, primero, en invertir adquiriendo obras de arte dominicanas, y en promover el arte de los maestros dominicanos vivos. Porque esos maestros vivos son los que pueden abrir el camino para las generaciones venideras.

domingo, 11 de febrero de 2007

¡ALBRICIAS!, JAVIER AIGUABELLA SE MARCHA YA

¡ALBRICIAS!, JAVIER AIGUABELLA SE MARCHA YA


¿QUIÉN VENDRÁ A DIRIGIR EL CENTRO CULTURAL DE ESPAÑA?


Por FAUSTINO PÉREZ


Desde que finalizó la época en que Pedro Vergés fungía como director del Centro Cultural de España en Santo Domingo, y se pasó al período de directores españoles, nadie había sido tan funesto para ese Centro Cultural como Javier Aiguabella.
Pienso que los funcionarios que dirigen esas instituciones culturales, deberían de ser sometidos a un test de actitudes, -aparte de las pruebas de aptitudes-, previamente, por el organismo español correspondiente. Porque, ¿cómo es posible que España nos envíe un representante cultural, clasista, elitista, y para colmo racista?; y que conste que no me estoy inmiscuyendo en la vida privada de ese señor. Las personas se respetan, y no se tratan despectivamente. Es preciso tener un mínimo de clase.
Aunque somos un país subdesarrollado, con un mestizaje cifrado en más de un 80%, y España en ocasiones ha sido generosa con nosotros, con sus grandes aportes aquí, un representante cultural de la catadura de Aiguabella hace más daño que bien. Su gestión al frente del Centro es un ejemplo de fracaso, un modelo de lo que no se debe hacer, por su carencia de profesionalidad
Por aquí han pasado excelentes directores del Centro, y diplomáticos españoles relacionados directa o indirectamente con el área cultural que han dejado huella. Como ejemplos podría mencionar a: Enrique Iranzo, un diplomático de carrera y auténtico profesional quien conoció este país, y cultivó relaciones como pocos. Pepa Acedo, estuvo varios meses colaborando en el antiguo Instituto de Cultura Hispánica, cuando no había llegado su director, aparte de su trabajo en la embajada; Acedo llegó incluso a publicar libros de su autoría aquí; lo mismo, que cuentos, poemas y fotos, en revistas dominicanas. Ana Tomé, aún recordada por su dinamismo, su simpatía desbordante, y por las innovaciones que introdujo en el Centro. Ricardo Ramón Jarne, quien llevó las relaciones culturales bilaterales a nuevas cimas, y abrió el Centro a los talentos jóvenes. Jarne con su trato amable y campechano, se anotó grandes éxitos.
De repente apareció en el horizonte Javier Aiguabella, quien tiró por la borda todo el trabajo positivo que habían hecho los anteriores incumbentes. Hace más de un año, dio un giro de 180 grados, sobre todo en la orientación de las actividades, -no sé si por insinuación de alguien-, y empezó a intentar congraciarse con los dominicanos, pero ya era demasiado tarde, ya estaba irremediablemente “posicionado” como alguien negativo y de trato indigno.
El éxito de una misión no se mide básicamente por las obras de infraestructura, - por más importantes que sean - , ni tampoco por los “homenajes” protocolarios interesados, y por las despedidas; sino, más bien, por las relaciones culturales bilaterales que ese funcionario impulsó y les dio seguimiento. Quien no da la talla para una misión, debería de dedicarse a otros menesteres, si tiene un mínimo de criterio y de ética; y más que nada, de amor propio.

domingo, 4 de febrero de 2007

RAFAEL J. C. WU Y SU SERIE MULTI-LÍNEAS


LA FOTOGRAFÍA DIGITAL CATÓDICA DE RAFAEL WU

Por FAUSTINO PÉREZ

En el Museo de las Casas Reales, expuso el taiwanés Rafael Wu. Son imágenes tomadas con una cámara digital de la pantalla del televisor y luego transformadas empleando el ordenador. Una vez logrado lo que se propone el artista, imprime la imagen sobre canvass o tela. Algunas de ellas tienen un soporte rígido, todas muy bien presentadas.
Wu es también ingeniero, y antes también pintaba al óleo; sin embargo el fotógrafo ahora prefiere expresarse utilizando otro medio.
El universo de nuevas figuraciones de Wu remite a una búsqueda incesante. Él trata de crear unos personajes ignotos, transformando lo que la televisión nos regala, en otra cosa; lo cual nos aporta una nueva cara a partir de alguien conocido. El artista parte de lo ya sabido y lo permuta en algo genérico. De lo real, a lo cuasi-real, o más bien, a lo meta-real. De lo verdadero a lo meditable.
Porque precisamente el arte de Wu es para pensárselo, para digerirlo pasándolo por el tamiz del raciocinio. Es una fotografía para filosofar y para ponderar la existencia humana.
El mundo que nos plantea el cultor, no está exento de problemas, de traumas y de emociones. El empleo de tramas y las mismas líneas de la pantalla de rayos catódicos, nos dirigen hacia la caligrafía china. Igualmente, utiliza el recurso del efecto de “plastificado”, como una forma de “diluir”, o bien, de “licuar” el entorno espacial y sobre todo la figura.
En otras obras de esta expo, repite la imagen, y realiza un rejuego con las masas, las formas, el espacio y los colores. Wu es un auténtico artista sensible y humano.

RAFAEL J. C. WU Y SU SERIE MULTI-LÍNEAS